La arquitectura siempre ha sido una disciplina cerrada. Como
en todo sector que ha supuesto una actividad lucrativa, entrar en el mercado
era difícil si no existía ayuda parentesca o interesada. No es difícil darse
cuenta de que el panorama actual se presenta crudo. La arquitectura no es lo
que era y es por esto que los arquitectos tampoco deben serlo.
Resumiendo la lección de Charles Darwin, la especie que
mejor se adapta a su entorno es la que avanza. Y a los arquitectos (y futuros
arquitectos) nos toca actuar en consecuencia si no queremos ser prescindibles.
El prejuicio EGO-CÉNTRICO que nos precede no es una buena
carta de presentación para el gremio; no, en las relaciones internas entre
profesionales del sector y tampoco, por supuesto, en las externas de cara al
cliente y el mundo. Todo esto es debido, sin duda, a la posición aristocrática
en la que se encontraba nuestra labor desde su inicio.
A pesar de mi escasa experiencia creo haberme percatado del
pesimismo constante que nos rodea. Sin embargo, paradojicamente, son aquellos
que tienen contactos, experiencia y solvencia suficiente como para empujar el
gremio los que nos transmiten mensajes negativos y no dejan evolucionar la
profesión, añorando siempre tiempos mejores (quién de nosotros no ha escuchado
la famosa frase “La arquitectura no es lo que era; ahora no tiene salida”). Y
ya estamos cansados.
Personalmente no puedo echar de menos aquello que no he
vivido y solo puedo entender la arquitectura en el contexto que nos ocupa
actualmente. La actitud propositiva e inocente que podemos mostrar, en muchos
casos es aplastada por profesionales del sector que no dejan contagiar el
gremio con mentes abiertas que puedan aportar frescura a la empresa y la
arquitectura en general.
Realmente creo que falta apostar por los jóvenes arquitectos y
confiar en un cambio de rumbo que pueda dar salida a una disciplina que, a mi entender, necesita reinventarse. Sirva pues como declaración de intenciones.